Su vida misma es un bloque de piedra esculpido por sí mismo, desde la contradicción, la ambición y el designio revelado de quien sabe que su arte es una muestra del poder del hombre y del universo que lo sostiene. Miguel Ángel Buonarroti nació el 6 de marzo de 1475 en Caprese, una villa de la Toscana cerca de Arezzo. Murió con 88 años en Roma, en 1564, habiendo conocido el reconocimiento internacional, trabajando para duques y papas, compitiendo contra Leonardo Da Vinci y Rafael, dejándonos uno de los legados más sublimes de toda la humanidad.
Y, sin embargo, no existen demasiados títulos fílmicos dedicados a su biografía y obra. Aunque sí un testamento esencial en el que todos los directores se inspiran, uno de los capítulos escritos sobre el genio renacentista a manos de su amigo Giorgio Vasari en “Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos” (1550).
Hoy se propone una receta cinéfila y artística por partes iguales con el fin de conocer mejor a Michelangelo. Los resultados son concluyentes. Con tan solo tres películas sus días parecerán recientes; su historia la nuestra; y su fuente inagotable de creatividad, la verdad ante las obras maestras que atesoran los museos de hoy.
Para reconocer al genio, antes hay que conocer la memoria. Para ello, se propone a modo de introducción el visionado de ‘Michelangelo infinito’ (2017) de Emanuele Imbuccia, donde, a través de unos ancianos Vasari y del propio Miguel Ángel, se narra la historia de su vida entrelazada entre espacios imaginados, obras cobijadas en los museos actuales y escenas de ficción que nos acercan a cuanto vieron los ojos de este genio florentino. Entre teatro, documental y ficción se nos hace testigos de la evocación de las palabras en primera persona del portentoso artista…
Por Carmela González-Alorda
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