
Por Daniel Montseny
La partitura pictórica del artista italiano es un homenaje expresionista al vibrato cromático, a la perspectiva rota por la emoción y a la energía vital de un espíritu rebosante de imaginación. Un dibujo nervioso atraviesa sus composiciones, bamboleado por trazos que se desenvuelven con brío para contener figuras, paisajes y escenarios, en los que las tonalidades se revuelven construyendo nuevos significados donde intuir la realidad. Este particular simbolismo es la marca personal de Marius, florentino cuya trayectoria artística comenzó desde muy joven.
Rodeado de creatividad y formación en las Bellas Artes, inspirado por sus viajes y etapas de dedicación cinematográfica, absorbe todos estos aprendizajes para dedicarse en los últimos años, de lleno, a la pintura. En ella vuelca conocimientos, vivencias y su misma personalidad, adherida con fuerza en sus lienzos, que traducen el sabor de su estilo con la alegría, la pasión, las ideas o el dolor que en el proceso creativo decide arrojar sobre tela o cartón.
Su obra reluce con el porte barroquizante de la línea, una suerte de ‘terribilità’ exprimida de gestualidad, espontánea y partícipe de los sentimientos del pintor. La síntesis libre de las formas se alía con el empleo de colores intensos y densos, que en su primariedad corpórea alumbran imágenes de efecto surreal, como surgidas de un febril sueño…
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