
Por Bea Maeztu
La abstracción del paisaje no basta como premisa para definir la plástica de Mejan. Se trata, más bien, o por añadidura, de una abstracción del propio pensamiento, de la emoción que brota en lo más recóndito y se vierte mediante el pincel. El lienzo nunca inicia en blanco, porque la idea late desde el momento en que el artista recuerda lo sentido y siente lo recordado, para trasladar un color vivo y un vibrato enérgico en cuadros que son síntesis pura de una naturaleza tan onírica como palpable.
Josep Maria Mejan nace en Barcelona en 1942, ciudad que le brindó la oportunidad de desarrollarse como artista de forma autodidacta. Afincado en la actualidad en Llanars (Girona), sostiene una exitosa y amplia trayectoria de exposiciones y reconocimientos desde su primera exposición en 1979. Además de la pintura, ha dedicado parte de su experiencia a otras disciplinas que le han permitido sondear las posibilidades creativas de la línea y del color en una concepción espiritual del propio arte. Con el cincel ha creado esculturas de pequeñas y grandes dimensiones, de ámbito privado y público, revelando su capacidad para abreviar la forma, construir sugerentes volúmenes y magnificar lo sencillo. En la cerámica y el vidrio, explora una dinámica factura invadida de pigmento y de luz, de formas abstractas e irregulares adheridas a una gran variedad de soportes y formatos. Los muros de la Iglesia Parroquial de Catellcir o la de la antigua Capella de les Germanes de l’Assumpció de Gavà, ambas en Barcelona, pueden afirmar orgullosos ser propietarios de unas vidrieras expresionistas que acentúan con fuerza el rito del que son anfitriones…
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