
Por Bea Maeztu
Admirar una pintura del artista Josep Maria Mejan es trasladarse a un íntimo universo de interpretación paisajística. La armonía que desprenden sus composiciones otorga el aliento predilecto del que disfruta con una buena vista estética, o quien abre una ventana a un extenso y exuberante campo de naturaleza salvaje. No obstante, en su pincel, esta naturaleza viva y dinámica se asienta en una paleta clara, profunda, como si siempre hubiera estado ahí, como si el artista hubiera capturado ese instante para transformarlo en algo sublime.
En la obra de Mejan, el trazo de deleite impresionista se condensa para generar paisajes que trascienden la mera representación. Lejos de buscar una reproducción detallista de la realidad, Mejan construye escenarios que evocan emociones y sentidos, capturando el adjetivo de un paisaje que es más interior que geográfico. En su pintura, el Mediterráneo se convierte en un pretexto, un territorio que no se limita a lo visible, sino que alude a un estado de ánimo, a una atmósfera que se respira y se siente con una vibración característica.
El tratamiento cromático es uno de los rasgos distintivos de sus óleos. Mejan utiliza colores difuminados, que parecen fundirse unos con otros entre contornos, creando efectos que recuerdan la luminosidad cambiante de la costa y el interior mediterráneos. Estos tonos no son meramente decorativos, son vehículos cargados de simbolismo que transportan al espectador a un lugar que oscila entre lo tangible y la experiencia personal. La paleta del pintor, vibrante pero sutil, logra transmitir la calidez del sol y la brisa que recorre las suaves colinas, elementos que se insinúan sin necesidad de representarlos directamente… Leer + Revistart 224