
Por Carmela González-Alorda
Cuando las almas penetran en sus cuadros, y a su vez, en los ojos de quien se atreve a penetrar su universo propio, el de Clara de Bobes —la artista de los ojos eternos—, deberíamos advertir al público que después, tras el encuentro, se hará imposible regresar, volver atrás, deshacerse de esta nueva mirada al mundo, más mágica y repleta de matices. Un poder capaz de iluminar las sombras, recordar la verdad de las pequeñas cosas y reconocer la autenticidad de lo insólito, de lo bello, de una resiliente savia que sabe de su secreto, nutrirse tanto de la tragedia como de la calma.
Esta interesantísima modernidad nos recuerda a la que aportó la Nueva Objetividad alemana en los años de entreguerras del siglo XX, con figuras como Otto Dix, George Grosz o Max Beckmann. La misma que parece recordar en la obra de Clara de Bobes que unas pupilas pueden captar el paso de la historia, que una tímida sonrisa es capaz de resumir las huellas de una vida, o que la piel guarda texturas que envejecen según cuántas penas empañaron los años.
En su pintura agrietada reconocemos la estela de su pincelada, aquella que también nos desvela su amor por el empaste, la experimentación de la materia y el control de las técnicas plásticas. Sus fondos de colores pardos y de oscuros azulados nos muestran la maestría velazqueña, tan plena en su ‘Maite’ (2016), adueñándose para transformarla en su propia esencia a través del óleo y el estuco… Leer + Revistart 227
Galería de Arte de Clara de Bobes