Por Carmela González-Alorda
Entrar en la obra de Juan Eizaguirre es pasar un tiempo sin tiempo entre rincones amables e inspiradores. Desde sus escenas de playa, sol y rayas blanquiazules, hasta los bodegones de libros que dormitan entre sábanas de títulos y hojas apiladas bajo las siglas de la calma, el sosiego se viste de una delicada elegancia inusitada, reverberante.
Quizá los motivos abstractos nos regalan una quietud distinta. Más introspectiva tal vez, puede que más desarmadas de lo finito. Te anclan en un rincón donde las líneas conversan con un orden exacto, mas lleno de infinitas casualidades. Allá donde las horizontales trazan mares turquesas en una sencilla recta avulcanadas de diagonales y en los que las verticales reclaman su espacio.
La historia de Eizaguirre se define por un trabajo volcado en el arte. Con muestras individuales y colectivas de Italia, Francia, Turquía o Estados Unidos… Leer + Revistart 207