
Por Bea Maeztu
El pueblo de la costa ecuatoriana de Daule vio nacer a Héctor Ramírez Ortega el 1 de julio de 1953, un artista que supo reinventar la pluralidad cultural pasada y contemporánea con una libertad inimitable. El pintor disfrutó de la vida como un continuo aprendizaje, tejiendo un resistente hilo sentimental que le mantuvo por siempre unido a su tierra natal hasta su fallecimiento este pasado 8 de octubre de 2021 en Playas-Guayaquil, Ecuador.
Guayaquil le vio crecer y formarse en las bellas artes, mientras la región de Playas reúne recuerdos de infancia, sus posteriores partidas al extranjero y retornos, como base de operaciones de toda una trayectoria plagada de iniciativas. Bogotá supuso una de las paradas más importantes de juventud, ciudad en la que pasaría más de una década aprendiendo, codeándose con las inquietudes artísticas de aquel momento, viviendo al día su pintura y absorbiendo las experiencias que le proporcionaba un centro cultural de más bohemia. Es donde el artista reconoce haber evolucionado del realismo testimonial de sus inicios hacia un estilo más personal, introspectivo y emocional. Es el Ramírez que hoy conocemos y que nos propone esas inmersiones puras en el color y la forma sentida.
Europa recibe su espíritu nómada en 1988, desenvolviéndose entre Cataluña, Francia y la antigua Yugoslavia, entre otros tantos destinos en los que gozó de gran éxito como pintor. Pero sería el Mediterráneo el que le acabaría de cautivar, un entorno que, unido a sus viajes, le surtiría de un rico crisol creativo que integró de manera holística en su obra, plagada de referencias simbólicas y fusiones ancestrales. En esta etapa acumula reflexiones acerca de la profesión artística y el mercado del arte. Sus cuadros comienzan a cotizarse internacionalmente y son numerosas las galerías que reclaman su pintura, pero Ramírez prefiere la libertad sin constricciones comerciales y el control personal sobre su producción se acaba imponiendo, rasgo que le permitirá desarrollar un estilo único e intransferible. Los años 90 suponen un regreso a la tierra natal, a los orígenes que complementan su recorrido, y a la calidez del arraigo. Leer + Revistart 210