
Por Fernando Alvira
El antiguo matadero de Huesca, edificio de principios del pasado siglo que conserva cierto aroma modernista, desde que fue reconvertido en el Centro Cultural Manuel Benito Moliner, suele sorprender cada nueva temporada con propuestas que van de muestras de fotógrafos, diseñadores, escultores o pintores de trayectorias consolidadas a los más novedosos realizadores que han dejado casi del todo los métodos tradicionales y la realidad para trabajar las infinitas posibilidades que ofrecen los nuevos sistemas de expresión que nacen de las pantallas y sus posibilidades de creación de mundos diversos.
La sorpresa de la exposición que ha ocupado el mes de mayo la sala primera del conjunto ha sido la puesta sobre el espacio expositivo de la obra de un pintor desconocido para la gran mayoría de interesados en el mundo de la realización artística. Tanto propios como externos. Su trabajo debe situarse, sin ninguna duda, en el primero de los grupos descritos, pero su trayectoria resulta del todo desconocida para la mayoría lo que, pese a que no fuera su primera exposición, podría parecer mermar las posibilidades de ocupar el espacio que le ha sido asignado.
Nada más alejado de la realidad. Santiago Fernández demuestra desde el primero hasta el último de sus trabajos su condición de pintor con mayúsculas. Que su discreción le haya impedido ser conocido por los interesados en el arte y concretamente en la pintura, no disminuye un ápice la calidad de cada uno de sus trazos. Llegado desde la arquitectura, que constituyó su oficio principal, la pintura de Fernández Navascués goza de una estructura interna evidente y pensada para cada ocasión; pero asoma a la superficie de las telas y los papeles con unos trazos y pinceladas que pueden ser descritos como magistrales. Esa es la auténtica sorpresa de la muestra… Leer + Revistart 210