
Por Clara Nadal
Con una claridad límpida y brillante conquista el artista la luz de los atardeceres. Instantes antes de que, tras los últimos rayos del día, el cielo comience a oscurecerse, anunciando la llegada de la imperturbable noche, los colores que traza el pintor consiguen reunir unos reflejos de tonalidades suaves, pero de una luminosidad pasmosa. Azules, violetas, naranjas y rosas se gradúan para resaltar sus compañeros cromáticos, depositados en los elementos terrenales. En otras ocasiones, las grises nubes arremolinadas, fértiles contenedoras de agua y vida, ceden en segundo plano ante el lustroso paisaje. De una forma u otra, rincones rurales, grandes masas arbóreas, prados campestres y salpicones de arbustos cobran protagonismo cautivando la mirada, una invitación a saborear la maestría plástica y el dominio del color de Tejada.
El artista gallego, nacido en Ourense, gusta de congregar en sus cuadros el sentir mismo que le provoca la naturaleza del territorio, ungida de atmósferas húmedas y salvajes, quietas, misteriosas y puras. Bosques, campos y caminos que, a pesar de gozar de una representación directa y realista, con pincelada de cualidades impresionistas, relucen en interpretación íntima, simbólica y onírica, transformando así la plasmación de lo real en una filtración ensoñada de gratas sensaciones visuales. El trazo casi preciosista, la mancha detallista de textura… Leer + Revistart 208
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